domingo, 24 de julio de 2011

Las mandarinas de Masanobu Fukuoka

Corría el año 1938 cuando un agricultor biólogo japonés, Masanobu Fukuoka, comenzaba a vislumbrar una nueva filosofía: para él  la agricultura era un medio con el que el ser humano debía desarrollarse en plena armonía con la naturaleza. Han pasado ya casi tres años desde su muerte a la edad de 95 años. El gran sabio ecologista nos dejó algunas interesantes reflexiones en su libro, La revolución de una brizna de paja.
“Los consumidores generalmente asumen que ellos no tienen nada que ver con las causas de la contaminación agrícola. Muchos de ellos buscan los alimentos que no han sido tratados químicamente. Pero los alimentos tratados químicamente son comercializados preferentemente en respuesta a las preferencias del consumidor.
El consumidor exige productos grandes, brillantes, sin defectos y de tamaño regular.
Para satisfacer estos deseos se han difundido rápidamente productos químicos que no eran necesarios…Cuando la fruta se clasifica en “pequeña”, “mediana” o “grande” el precio por libra puede duplicarse o triplicarse con cada aumento de tamaño…El fruto es entonces llevado a un centro cooperativo de clasificación de frutas. Para poder separar la fruta según tamaño, cada fruto se envía rodando varios cientos de metros a lo largo de cintas transportadoras. Los golpes son frecuentes. Cuanto mayor es el centro de selección mayores son los golpes y caídas del fruto. Después de un lavado con agua, las mandarinas se pulverizan con conservantes y agentes colorantes. Por último como toque final, se les aplica una solución de parafina y se pule el fruto hasta conseguir un brillante resplandor. Así, desde el momento en que el fruto ha sido cosechado hasta que se expone en el escaparate de la tienda, se han utilizado cinco o seis productos químicos”.

Fukuoka nos recuerda a todos la responsabilidad que tenemos con el medio ambiente, un hecho tan sencillo como comprar fruta, algo sano y natural, puede estar teniendo consecuencias irreversibles para nuestro entorno. El consumidor exige  un producto aparentemente fresco de normalizado calibre y aceptable sabor, es decir, sólo cuenta la apariencia, lo cual exige al agricultor el uso de químicos durante su cultivo y en la preparación para su venta.
¿No estamos, en cierta forma, todos nosotros como consumidores obligando al uso de estos químicos sólo para comprar productos aparentemente frescos?, ¿no somos entonces también responsables del uso indiscriminado de químicos en agricultura?
Creo que sólo un cambio de valores del consumidor frente al producto agrícola nos puede salvar del injustificado y reiterado deterioro del medio ambiente.

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